sábado, 15 de octubre de 2011

Mar de gentes

Mi ciudad, Madrid, en esta época del año, ahora que hace frío y sopla el viento mañana y noche, pero que hace un calor sofocante por las tardes, invita a pasear o a quedarse sentado mirando el vestuario tan variopinto de su gente, como si de una pasarela se tratara. Cada día, observando gente en el metro durante una hora, he llegado a la conclusión de que hay una clasificación bastante definida de la gente por su forma de vestir:
los hay aquellos que apuran el verano al máximo, aprovechan para lucir pierna o bronceado, vestidos y sandalias, mostrando una actitud de "estoy por encima del frío horroroso que hace"; también los hay nostálgicos, o más bien esperanzadores, de un invierno o al menos un frío que no llega en su plenitud, y que intentan introducir ya las botas, fulares, bufandas pañuelos o chaquetas de forma que, sin llegar al extremo para no dar el cante, encaje con el tiempo que saben de sobra que habrá por la tarde. Y luego están los que yo llamo adaptados, incluyéndome entre estos, que pretenden acoplarse al frío y al calor, dándose cuenta de que, como en la vida, encontrar el punto medio entre los extremos siempre es difícil

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